DEBATE COALIGADO
Ángel Lara PLatas
Previo al debate, el candidato de
las izquierdas Andrés Manuel López Obrador declaró que durante el mismo
presentaría propuestas, que no agrediría. La candidata del que mueve los hilos
en este país, Josefina Vázquez Mota, adoptó una posición similar. El candidato
tricolor hizo lo propio. Gabriel Quadri de la Torre compartió tales decisiones
de no caer en el juego de las descalificaciones.
Al inicio de la discusión todo
indicaba que los aspirantes presidenciales se desenvolverían en un ambiente
pacifista, de respeto mutuo y de propuestas claras.
La concordia duró muy poco. Doña
Josefina echó mano de las tarjetas dinamiteras de Antonio Solá (el gatillero
del sufragio), y con la tirachinas que sacó de su bolso durante todo el debate
se dedicó a lanzarle proyectiles al priista.
Al mismo tiempo -como si antes de
entrar al recinto hubiesen formado alguna alianza táctica-, el perredista sacó
su resortera del bolsillo izquierdo de su pantalón, y secundó a la panista.
Ya sin la amorosa sotana con la que
entró, López Obrador regresó al discurso acusatorio, repetitivo y obsoleto.
Abusó en demasía de los fantasmas verbales. Retrocedió hasta los tiempos de
Antonio López de Santa Ana, al parecer con la intención de culpar al mexiquense
de algo que hizo aquel personaje que gobernó México, allá por el año de 1825.
Ya encarrerado, el amor que latía
con fuerza en su corazón, y que últimamente exhibía como estandarte por todos
los rincones de México, desapareció para darle lugar al espíritu belicoso, su
fiel acompañante en las tomas de los pozos petroleros en su tierra natal, o la
toma de la Avenida más emblemática de la Ciudad de México: el Paseo de la
Reforma.
Entre el perredista y la panista
hubo sincronía en sus ataques contra el puntero. Como si hubiesen conformado
una eventual coalición, entre ambos trataron de derribar al contrario, de
llevarlo al callejón de los pleitos para propinarle un par de ganchos verbales
al ex gobernador, con la firme intención que de ahí no se volviera a levantar.
Los que esto vieron así lo consideraron.
La sorpresa llegó cuando se
percataron que Peña no tan solo le entra al debate con propuestas, si no que
aprendió rápido a devolver los golpes. Lo subestimaron, creían que nada más
sabía hacer el papel del guapo de la película. Intentaron –sin éxito-, llevarlo
por los caminos de la terracería oral, -en la que AMLO es experto-, para sacarlo de la contienda.
Como Fuente Ovejuna “Todos a una”,
el perredista y la panista le echaron montón al candidato del PRI-PVEM. No lo
lograron, no resultó fácil. Se fueron con la finta de las especulaciones.
Sin embargo, el que más provecho
sacó de esa estrategia de golpes bajos fue López Obrador.
Vázquez Mota lució con cierta
rigidez y poco convincente. La señora apostó su resto y perdió. Tuvo una
magnífica oportunidad que desaprovechó. El ataque no es lo suyo, al parecer la
política tampoco. El milagro nunca llegó. Ahí, el Peje le arrebató el segundo lugar a su compañera de golpes. Cayó en
su ardid.
El ex jefe de gobierno de la Ciudad
de México no estuvo mal. Hubiera estado mejor con un discurso diferente, menos
reciclado, menos repetitivo. “Parecía de los años sesentas”, dijo un conocido
comentarista.
Un detalle –hasta ahora
desapercibido- revelador de una personalidad autoritaria, se da cuando Andrés
Manuel con su dedo índice repetidamente golpea el atril.
De Quadri se ha dicho que fue el
que más lució en el debate, solo que antes de aceptarlo hay que considerar lo
siguiente: no tuvo enfrente a nadie que lo atacara o que lo cuestionara. No ha
sido alto funcionario público como para poner en entredicho su desempeño, y,
por si fuera poco, contó con el tiempo necesario –sin interrupciones-, para exponer
con toda calma sus ideas.
El candidato del PANAL pretendió
instituirse como candidato ciudadano. Nadie se lo creyó. Sobre él pesó el
argumento de que nadie que acepta la postulación de algún partido político,
puede considerarse como candidato de la sociedad civil. Más aún que no se sabe
que organizaciones ciudadanas lo hubiesen apoyado para que el mencionado
partido lo abanderara como candidato.
Cuando el ambientalista en sus
intervenciones evidenciaba los pleitos de los políticos, no se trató de una
espontanea y reflexiva crítica. No. Esos comentarios llevaban una alta dosis
del coraje de la maestra Elba Esther Gordillo Morales, dueña de Nueva Alianza,
por la circunstancia que vivió con el PRI, en la que el PAN no la apoyó.
Peña hizo lo que correspondía a su
posición de favorito: proponer, aclarar y contestar.
De los cuatro, a Peña Nieto se le
vio más natural, más dueño de sí. También fue al que más ganas se le vieron de
ser presidente.
Su gesticulación reveló
tranquilidad. También se le percibió una personalidad conciliatoria. Estuvo
claro en sus propuestas y lúcido en el manejo de la información. Logró
controlar sus emociones ante el embate de sus oponentes. También destacó por
tener el mejor dominio del auditorio.
Peña Nieto llegó al debate con
bajas expectativas y dio la sorpresa.
Y sobre la edecán: en cualquier
democracia cada quien ve lo que quiere ver.
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